"BLUE SEA"

REGISTRO LIMASSOL


CAPITULO XXXV



La descarga había concluido, la inspección de Caleb Brett había dado el visto bueno a las bodegas, y ahora tocaba arranchar el buque para la salida a la mar, “a son de mar” que dicen los viejos marinos; el contramaestre Dios con sus hombres ye volvían a tomar sus trabajos propios de marinero y olvidarse de tanta comprobación de candados en pañoles y tambuchos, así como del control visual de tanto nigeriano que subía a bordo y cada uno con diferentes intenciones. El final de la carga también suponía un problema para el joven que había ayudado en la cocina al cocinero y marmitón, a su manera no paraba de rogarle mezclando las pocas palabras que había aprendido durante estos días en su trato con Joaquín y con Julián, su “oga mi” (jefe) para que no le desembarcara, que ya había aprendido el oficio de “abaní” (trabajador). Palabras a las que Julián no podía responder, tan solo le prometía que, a la vuelta de nuevo a este puerto, lo volvería a llamar. Respuestas que no contentaban al joven, que insistía entre suplicas con sus ruegos desesperados, como si de ello dependiera lo que podía cambiar su vida, frustrándose su sueño, que en alguna ocasión les había comentado, su necesidad de llegar a” yuroopu” como le llamaba a Europa.

Eran los momentos previos a zarpar cuando tratabas de ordenar todas tus obligaciones, había que volver a retomar el pulso de la normalidad, volver a las guardias de navegación de seis horas, casi olvidadas, que la estancia en puerto había trastocado y aunque no era un problema, requeriría un nuevo y corto periodo de adaptación.

Las cartas y derroteros de navegación, habría que volver a corregirlos y volver a repasar los “Notices to Mariners” que antes de la salida a la mar, nos había traído el Consignatario en el correo destinado al buque, junto con la documentación de despacho y los Certificados del buque que habían quedado en manos de la Capitanía de Puerto, cuando el buque apoyó su escala real sobre el atraque.

Tony mandó hacer una revisión general del buque y de todos sus espacios susceptibles de poder alojar a un cuerpo, para evitar el embarque de polizones que no harían más que proporcionar quebraderos de cabeza durante y después de la navegación, el único polizón que llevábamos a bordo era Jhony el “cuatro manos” sin papeles ni vacunas, y que vivía en su descontento amarrado con su larga tira al cierre de la puerta estanca de la  cocina, haciendo las gracias de Joaquín y entreteniendo a los marineros, salvo a Fabián que lo veía como un auténtico peligro si se colaba en la cámara de máquinas.

Sin darnos apenas cuenta, todo empezaba a la normalidad de un buque de carga general, los hombres de las collas de estiba, después de limpiar de restos y porquerías las dos bodegas, ya habían abandonado el Blue Sea, sus recuerdos apenas eran los restos de bolsas de plástico, sacos de diferentes calidades, que el poco aire movía por las cubiertas por donde se movían, que les servían para llevarse todo lo que les fuera de provecho procedente de roturas de fardos y cajas, que quedaban en bodega.

Con toda la documentación a bordo, el Viejo me manda llamar a los Prácticos de puerto con el VHF ch 13, confirmándoles que el buque estaba preparado para salir a la mar, nos confirmaran su banda de embarque y la hora para poder ir aligerando los cabos de maniobra y estibar en su nicho la escala real, mientras y con tiempo, preparar la máquina para hacer la maniobra de desatraque, al mismo tiempo ir realizando las comprobaciones de instrumentos de navegación y gobierno propios y previos al comienzo de la maniobra.

Por la banda de la mar, se aproximó la falúa de practico, ya estaba Pardiñas al costado para subirlo hasta el puente de gobierno en donde estaban solamente Cesar el radio y el Viejo, mientras que Tony estaba en la maniobra de proa con Dios y sus marineros, Pardiñas y Sendón, y yo a popa con Veguita el marinero y Joaquín el marmitón para largar los cabos de popa y dar el cabo de remolque si fuera necesario para separar la popa del atraque.

No tardó el Viejo en mandar largar los cabos de popa, el largo y el espring, los que quedaban firmes después de haber aligerado el resto de cabos. Cuando las gazas subieron a bordo, se le confirma al puente para que cuando quieran pueden ya tocar la máquina, fueron solamente dos minutos para confirmar que la hélice estaba libre.

A proa cuando Tony recibió la orden de largar todo, el cabo de remolque firme por la amura de babor, fue abriendo la proa ayudado con un golpe de máquina con el timón metido hacia la banda de tierra, efecto que hizo separar la popa del muelle, mientras comenzaba a aventear lentamente  al buque hacia el centro del rio, dejando las boyas por la banda de estribor, cuando el practico mandó largar el remolque, yo ya había sustituido a Cesar que estaba en la rueda del timón siguiendo las ordenes que el viejo le cantaba.

Con las gazas de las estachas a bordo ya nada nos unía a las rojas tierras de Port Harcourt. Con el Practico a bordo, la maquina avante despacio, la proa buscaba las aguas salobres de la boca del estuario del rio Bonny en donde desembarcaría. Una derrota que nos guiaba navegando por la medianía del canal fluvial siguiendo las referencias que nos proporcionaban las filas de equidistantes, descoloridas y oxidadas boyas, en la amplitud de un gran rio de aguas turbias de barrosas tonalidades, orillada entre una frondosa vegetación que parecía beber del agua de los manglares, orillas por donde algunos cayucos se movían incordiando la navegación fluvial, y que justificaban su atrevimiento por la gran pericia con que manejaban sus dos remos; cayucos que al quedar por popa, en su lucha por mantener su estabilidad, en unos balances producidos por las olas  que creaba el Blue Sea en su marcha con velocidad moderada como requería el mejor juicio marinero del Capitán.

Quedaba atrás un puerto singular, muchas millas rio arriba, en donde todavía quedaban muchas cosas por descubrir, pensando que siempre tendríamos otra oportunidad en los próximos viajes que se habían cerrado de acuerdo a la Póliza de Fletamento firmada tiempo atrás.

También quedaron atrás, unas vivencias que no habían sido previstas en las expectativas que antes de comenzar este viaje me había imaginado, suponía que serían diferentes y con muchas oportunidades para aprender con estas nuevas experiencias, en nada parecidas a las que otros puertos me podían ofrecer. Sin duda había sido un viaje muy diferente y singular, hasta podría catalogarlo como exótico, tanto por el puerto en donde me encontraba como por sus gentes de diferentes etnias moviéndose muy cerca del Blue Sea. Gentes de costumbres peculiares, alejadas de los comportamientos tan civilizados como el europeo. A pesar de las reticencias que viven en el subconsciente general de estas gentes, en que el blanco fue siempre el represor de sus vidas y costumbres.

En el dialogo, el primer contacto prevalece con la indecisión de la timidez, aparentando distantes en el trato, pero afables en la conversación, que no era fácil de entablar y mantener, a pesar de las reticencias propias de las culturas forjadas en ideales y creencias tan diferentes y por qué no, también por la distinta pigmentación de la piel que desde siempre han marcado unos comportamientos instintivos y espontáneos tan diferentes.

Este singular viaje me había dado la oportunidad de al menos poder valorar entre otras cosas, el escaso valor que se le puede dar a una vida, que hasta ahora nunca me lo había planteado, con resultados sorprendentes para mí condicionada forma de pensar, como pude comprobar, al menos en este puerto, como por la nimiedad de esos fatídicos cinco kilos de azúcar que habían intentado llevarse dos jóvenes inconscientes, pueden marcar el valor de una vida, aunque fuera miserable, pensando que quizás fueran obligados por la necesidad de mantener su supervivencia.

Otro singular escenario que provocaba unos comportamientos que tampoco pasaban desapercibidos y que se repetía con demasiada frecuencia, no solo en este puerto, que tampoco ya me causaba sorpresa, cuando se permitían a bordo a las marías, con todo lo que ello representaba, sin entrar en consideraciones más o menos éticas, sencillamente se producían pensando en el beneficio mutuo, que eran bien distintos, para los tripulantes satisfacer unas necesidades inherentes a su condición de embarcados y para las marías, quizás una necesidad de supervivencia, por lo que también tendrían que aprovechar todas sus posibilidades para subsistir o mejorar sus vidas que con seguridad no serían nada fáciles.

Otra experiencia difícil de tolerar y que podría ser hasta peligrosa para la integridad de la persona, era la manera de aceptar esos negocios sospechosos de toda legalidad que las mismas autoridades, sin obligarte te sugerían otras posibilidades para que la carga de la que eras custodio hasta su entrega al cargador, se perdiera en base a una legalidad del todo alegal, haciéndote ver que, sí o sí habría que ceder para evitar cualquier otro tipo de enmascarados inconvenientes también llamados problemas o represalias por no cumplir con cualquiera de las infinitas normas de puerto, como ya se habían producido con anterioridad con alguno de los capitanes en los que sus buques habrían incumplido cualquier norma estatutaria local o inventada.

Dios y sus hombres, mientras progresaba la navegación fluvial, procedían al arranche de la cubierta y aparejos de los puntales a son de mar, ya que en muy pocas horas estaríamos en la bocana del estuario del rio Bonny, todos ellos ya estaban adaptándose a la normalidad de abordo, pronto retomarían sus guardias de noche y trabajos de día, que les devolvería a su rutina, en donde el primer trabajo como siempre que el Blue Sea salía de puerto era adecentarlo y aliviarlo de toda la suciedad acumulada en el atraque, un baldeo desde la quilla hasta la perilla, para devolverle su aspecto de buque al Tramp, de buque errante o vagabundo

A media tarde, poco antes del cambio de guardia, estaba desembarcando el Practico, en la primera boya de mar, Evamba Town quedaba por el través de babor, con sus cabañas humeantes pobremente iluminadas en las orillas de los manglares, despidiéndonos hasta una nueva arribada.

En el momento de pisar la cubierta de su falúa, el practico se despidió con una señal dirigida hacia el Viejo, que estaba en el alerón de estribor, esperando el momento de verlo claro para dar la orden de ir aumentando las revoluciones del motor para alcanzar la velocidad económica de navegación.