PILOTO DE MAR es la continuación del PAÑUELO BLANCO, en donde Jacobo su protagonista, nos llevará en su bergantin-goleta por la mar oceana, a descubrir las sensaciones que producen la brisa marina y la infinitud de la mar.
Os presento el Capitulo III
CAPITULO III
El Seminario de los Muchachos
Ya estábamos empezando el mes de Marzo y no podía dejar pasar más tiempo, había llegado el momento de presentarme ante el General del Colegio de Pilotaje y Marinería del Gremio de Mareantes, situado en una nave separada del Hospital de San Andrés, en donde me atendieron con expectación y sorpresa, sin duda debido a la circunstancia de cómo se había hecho el pago de mis estudios y las condiciones que les había marcado Downfelt, sobre mi preparación y educación futura.
Durante este tiempo de invierno, los temporales habían castigado duramente las costas de esta parte del país. Los arenales del Orzan y Berbiriana, después de estos temporales se quedaban sin arena o se movían tan intensamente que cambiaban la fisonomía de las playas, en ocasiones aquellas barcas que quedaban varadas en seco sobre la playa, la resaca se las llevaba, rompiendo los cabos de amarre de sus muertos, a pesar de la experiencia de los viejos marineros que conocían la mar y sus secretos, secretos revelados y aprendidos después de una larga vida adentrándose en el interminable azul, en busca de la cotidiana pesca para su sustento. Por el otro lado de la ciudad, en la protección del puerto y en su rada de fondeo, se dejaban notar los efectos de los temporales, teniendo muchas veces que reforzar los cabos de amarre de los buques fondeados y atracados.
Fue especialmente duro el temporal ocurrido en los primeros días de este mes de Marzo, que castigó las costas de la ciudad y sus arenales, con la desgracia de perder las vidas de siete pescadores, todos vecinos de la Pescadería, en donde el duelo se sintió intensamente por la familiaridad de los náufragos fallecidos con los vecinos de la localidad, cuando en su falucho el temporal les había sorprendido en su regreso a puerto, y la mala mar los había encallado en las piedras de las Animas, justo antes de llegar al fortín de San Antonio, perdiéndose en el naufragio el falucho y sus marineros, cuyos cuerpos hasta seis días después del naufragio, no se habían podido recuperar, apareciendo repartidos entre las piedras llamadas de Coidelos, próximas a las playas de la zona de la costa que los paisanos conocían como los Olleiros.
Este naufragio y mucho más el duelo causado en los vecinos de la Pescadería, a mi madre le afectó de una forma enfermiza, ante el futuro incierto que me esperaba cuando acabara mi preparación en el Seminario de los Muchachos del Mar, temiendo que situaciones similares de peligro ante los malos tiempos me estaban esperando, con demasiada frecuencia, por el tipo de vida que había aceptado, sabiendo mi madre de la implacabilidad de los temporales, que no respetaban ni vidas ni haciendas.
Fueron días duros de luto en la Ciudad Nueva en donde los vecinos difícilmente ya podían olvidar, mientras que la insistencia por parte de mi madre y de mi hermana Claudia para dejar la vida en la mar, machacaba insistente nuestros encuentros después de acabar las jornadas de trabajo en la cordelería y que no quería que me hicieran flaquear en mi última decisión de volver de nuevo al Melpómene.
La entrada en el Colegio de Pilotaje y Marinería suponía que me iba a proporcionar un aligeramiento en los trabajos que tenia asumidos, que entre los que me ordenaba mi padre para atender su batan y obrador de pieles, y los que me pertenecían en la fábrica de cordeles y jarcia de Pedro Marzal, en donde el Maese Santiago, me permitía un día a la semana atender al viejo Valencia en sus recolecciones de hortalizas, al contrario de lo que suponía, el balance final, era un aumento de los trabajos, por lo que menos tiempo me quedaba para atender mis obligaciones con el Seminario de los Muchachos y menos tiempo para el descanso.
Solamente tendría que asistir al Seminario de los Muchachos del Mar cuando finalizara mi jornada en la cordelería, lo que suponía que las tardes, cuando el cuerpo necesitaba del descanso, era cuando tenía las charlas y enseñanzas de los Maestros del Colegio que procedían principalmente de la Armada Real y que su docencia era más militar que la que se necesitaba en los buques veleros que se dedicaban al comercio de las especies y al comercio de ultramar, en donde la disciplina que dictaba un Capitán, no necesariamente aplicaba las Ordenanzas Militares de Felipe IV de 1632, como eran de común aplicación en todos los buques que navegaban bajo el pabellón Real Español. Ordenanzas claramente definidas basadas en la herencia militar de los buques y galeones que hacían la patrulla y vigilancia de las costas bajo el dominio español.
Cada vez que sonaba a llamada la campana en el Colegio de Pilotaje, como se hacía en los cambios de guardia en los veleros, con disciplina militar se anunciaba el comienzo de la instrucción académica, viéndome transportado a un mundo desconocido, con la máxima disciplina castrense, para seguir las indicaciones de los Maestros del Colegio de Pilotaje y Marinería. La disciplina poco a poco afectó a mi nuevo modo de vida, cambios que enseguida se hicieron notar, desde la actitud de respeto y obediencia con los mayores y superiores, hasta mis planteamientos de prioridades con mis obligaciones, aficiones y devociones.
El ingreso en el Seminario de los Muchachos del Mar me obligó a vestir con el azul de la uniformidad de las ropas que nos diferenciaban de otros cuerpos militares. Así nos obligaban a vestir, el uniforme de cadete, proporcionados por la intendencia del cuartel de infantería del fortín de Camaranchón, con la galleta del distintivo de infante, sustituida por otra galleta con un ancla vertical con fondo negro, que nos distinguía del resto de los infantes de la plaza militar.
Me constaba que los maestros de maniobra y navegación ya sabían de mi historial a bordo del Melpómene, Downfelt ya se había encargado de que esta información les tuviera más interesados en proporcionarme el mayor número de conocimientos que me pudieran ser útiles a bordo.
Las enseñanzas que se impartían, al principio poco tenían que ver con la vida que ya había vivido a bordo, las enseñanzas se basaban principalmente sobre la historia de la Navegación, la Geografía conocida, los sistemas métricos de medidas, pesos y volúmenes, monedas y aranceles, Ordenanzas militares y la vida castrense, además de nociones de geometría y calculo. Otra parte de la instrucción iba dirigida al manejo de las armas a bordo de los buques, sable y pólvora, suponiendo que todas estas disciplinas constituirían las bases para adquirir más adelante los conocimientos de navegación, que complementarían la formación de un marino profesional.
Esperaba que con la experiencia adquirida durante mi embarque durante más de un año sobre el Melpómene, me aliviaría o me haría más fácil el periodo de aprendizaje en el Colegio de Pilotaje y Marinería, pero no era así.
Comentarios recientes
Hola José, pues dime como?...como puedes ver en esta pagina he tenido varias proposiciones como la tuya, al final nadie me dice ¿como?
Buenas tardes, encantado de saludarte. Soy Jose
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